miércoles, 26 de septiembre de 2012

Alonso Lujambio

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26 de septiembre de 2012

La última vez que vi a Alonso Lujambio fue en un centro comercial. Corría el mes de julio de 2011, y yo visitaba la Ciudad de México después de un rato de vivir en el extranjero. El intercambio fue breve, el subía unas escaleras eléctricas al tiempo que yo descendía. Lo vi a la distancia, con su inconfundible porte y acompañado de su familia. Lo saludé, como siempre: "Profe, ¿qué tal?" y me contestó con una sonrisa y un "Colega, enflacaste.. y esa barba.."

Ayer, 10 años después de tomar con el mi primera clase de Introducción a la Ciencia Política, el profe Lujambio falleció. Muchos colegas y amigos con mucho mejor pluma que la mía, al igual que algunos columnistas, han dedicado unas líneas para recordar al politólogo, mentor, profesor y gran mexicano, amigo de muchos.

A manera de tributo, quisiera ofrecer el siguiente concentrado de textos que lo recuerdan con cariño (sin ningún orden en particular), links a sus artículos en Nexos, un ensayo en Política y Gobierno y por último, dos columnas, a mi parecer emblemáticas, que publicó en el diario Reforma. La primera "Por chambones," que retrata el estilo peculiar del catedrático y puntual comentarista; la segunda, "Despedida," en la que le comunica a sus lectores de entonces que tomaría un paréntesis como columnista, después de ser nombrado Consejero en el Consejo General del IFE.

  1. 2012/09/26 1962-2012
Paco Calderón, tributo Gráfico a Alonso Lujambio.

Concentrado de textos:

Algunos textos de Alonso Lujambio en:


Alonso Lujambio / Por chambones

Reforma, (22-Mar-2004)


El Congreso mexicano nos ha dado otra muestra -como si hiciera falta- de su irresponsabilidad, al aprobar una reforma al artículo 65 constitucional que supone la más chabacana idea del trabajo parlamentario. Véanse los pormenores de esta patética historia. Es un capítulo más de ese libro que se escribe todos los días y que podría titularse: Sin Brújula. La Clase Política Mexicana.
El Congreso como depositario del Poder Legislativo no tiene en estricto rigor periodos de receso. El Congreso como tal existe todo el año, sin interrupción y, claro, sus integrantes (diputados y senadores) reciben un sueldo mensual, todos los meses, sin interrupción, todo el año. Quienes en todo caso entran en receso periódicamente son los plenos de ambas Cámaras, que sesionan cinco meses al año (del 1o. de septiembre al 15 de diciembre y del 15 de marzo al 30 de abril). Pero las comisiones del pleno en ambas Cámaras deben trabajar todo el año: en la Cámara de Diputados las comisiones deben sesionar por lo menos una vez al mes (art. 45, párrafo 6, de la Ley Orgánica del Congreso), y en el Senado las comisiones deben seguir funcionando, durante los recesos del pleno, "en el despacho de los asuntos a su cargo" (art. 96 de la misma ley).
Pero en realidad las comisiones no hacen eso. Cuando los plenos de la Cámaras entran en receso, el Congreso como institución entra en una especie de letargo. El motor congresional casi se apaga. Muchas comisiones ni siquiera sesionan una vez al mes (con lo cual el Poder Legislativo viola la ley). ¿Cuándo trabajan las comisiones en realidad? Durante los cinco meses que duran los periodos ordinarios de sesiones. Esta es la verdad, simple y llana: es la subrayada pereza de nuestro Congreso, inequívoco producto de su irresponsabilidad ante los ciudadanos y de su perenne amateurismo. El producto final: un rezago legislativo pavoroso en labores de dictaminación, y un trabajo paupérrimo en tareas de control evaluatorio de las políticas implementadas por el Ejecutivo (ésas son sus responsabilidades legales).
¿Qué hace nuestro H Congreso para solucionar el problema? Siéntese el lector, para que la noticia no lo agarre parado: aumenta la duración de los periodos ordinarios del pleno de ambas Cámaras de cinco a seis y medio meses. Esa fue la reforma al 65 constitucional: un ejemplo exquisito de cómo se corta un árbol por las ramas cuando dizque se quieren reformar las instituciones. El argumento del dictamen del Senado (15 de diciembre de 2003) no tiene desperdicio: "Es para todos conocido que la inmensa mayoría de los dictámenes legislativos se discuten y aprueban en las comisiones durante los periodos de sesiones [del pleno] y no durante los recesos [del pleno], por lo que es evidente que es insuficiente el tiempo de los periodos ordinarios de sesiones [del pleno] que no permiten desahogar en detalle las diversas iniciativas presentadas al Congreso y atender además sus otras obligaciones".
Por su lado, la Cámara de Diputados fue cínica (¿o fue candorosa?) un año antes (14 de diciembre de 2002): "Probablemente se pueda argumentar que los periodos legislativos son para dictaminar en el pleno los trabajos aprobados en las comisiones y los recesos para el trabajo de dictaminación en las propias comisiones [pues sí, se puede argumentar eso]. Sin embargo [aquí viene el reflexivo sin embargo], y sin prejuicio de que así suceda [¿cuándo?, ¿cómo?], la inmensa mayoría de los dictámenes legislativos se discuten y aprueban en las comisiones durante los periodos de sesiones y no durante los recesos". Y sigue: "Es más [acuéstese el lector, para que esto no lo agarre sentado], la gran mayoría de los dictámenes legislativos de central importancia se aprueban en las comisiones durante los últimos días de los periodos de sesiones" [¡Albricias! ¿Por qué no decretan que esos días tengan 34 horas?].
Sólo un Congreso sin congresistas puede argumentar esto. En vez de atacar el problema reformando el 59 constitucional, que impide la dedicación plena, la profesionalización de los legisladores, su sometimiento cabal al juicio ciudadano en las urnas y su eventual reelección, se reforma el 65 para que los diputados y senadores se reúnan y trabajen mes y medio más al año. Bravo. Ellos mismos reconocen que la institución congresional se apaga en los periodos de receso de los plenos de las Cámaras. Ah, pero eso sí: si faltan a las sesiones del pleno se les rebaja un día de su dieta (con lo cual nos quieren convencer de que sólo una zanahoria los acerca al escaño)... pero si durante los recesos del pleno faltan a las sesiones de las comisiones no pasa nada (¿Qué? ¿Ni con zanahoria asistirían?).
Sólo 75 diputados (de diversos partidos) tuvieron el decoro de votar en contra de semejante reforma. Uno de ellos (del PRI) puso el dedo en la llaga: "Las comisiones no están funcionando adecuadamente; hay comisiones que sólo tuvieron quórum para instalarse; hay comisiones que no sesionan hace meses... ampliar el periodo de sesiones solamente va a contribuir a que el caos que tenemos en 5 meses sea más largo... 500 personas podrían estar trabajando en sus comisiones y avanzando en los dictámenes... Vamos a seguir trabajando con este ritmo caótico y con este sistema anárquico...". Sólo por esto yo hubiera reelecto a este diputado (Hello! ¡Despierta! ¡Tú no puedes reelegir a tu diputado!). Por su lado, 339 diputados votaron a favor. Juzgue el lector si lo hicieron por chambeadores, o por chambones.




Alonso Lujambio / Despedida


Reforma (08-Nov-1996)


Espero que los lectores toleren que por primera y única vez me refiera en este espacio a mi propia persona. En la madrugada del pasado 31 de octubre tuve el honor de ser nombrado por la Cámara de Diputados, y junto con otros siete distinguidos mexicanos, consejero electoral del Consejo General del Instituto Federal Electoral. Quisiera en este breve espacio resumir algunas consideraciones que formulé, a nombre de mis compañeros consejeros electorales, el propio 31 de octubre durante una sesión extraordinaria del Consejo General.
Las instituciones políticas trascienden a los hombres y las mujeres que pasan por ellas. Los nuevos consejeros electorales no llegamos a fundar una institución. Hace exactamente cincuenta años nació la institución encargada -por primera vez en 1946- de organizar las elecciones federales. Cambió por supuesto la institución -la integración política de su órgano central, su capacidad organizativa, el marco jurídico de su regulación- durante todas y cada una de las cinco décadas del medio siglo de su existencia, 1988, sin embargo, representa un punto inequívoco de inflexión en su evolución, al inaugurar un ciclo de aceleración reformista que produjo tres transformaciones (1989-1990, 1993, 1994) apoyadas sucesivamente por nuevas fuerzas políticas o fracciones de las mismas. La reforma de agosto de 1996 concluye un ciclo e inaugura otro momento político: ya son todos los partidos políticos representados en las Cámaras, y de modo inequívoco, los que logran pactar los términos del cambio político de México en el campo constitucional. Los nuevos consejeros electorales asumimos cabalmente la responsabilidad, conscientes del momento político por el que atraviesa nuestro país y de la grave importancia de las decisiones que va a tomar durante siete años nuestro cuerpo colegiado.
No se trata entonces de fundar, ni de refundar, sino de reformar a la institución. Esta tiene una historia, muy digna, diría yo ejemplar en verdad, en su más reciente etapa de transformación. Los consejeros ciudadanos dejan su impronta en la institucionalidad del IFE y en el espíritu que motiva su conducta y conduce su reforma. La presencia, en el Consejo y como su presidente, de José Woldenberg Karakowsky, garantiza la continuidad de todo lo que deseamos que, pertinente, pertenezca.
Se trata pues de consolidar todo lo que 1994 avanzó de limpieza electoral y de legitimidad democrática, pero también de eliminar la inequidad en las condiciones de competencia, el gran valor democrático pendiente en nuestra agenda de transición. Hay que crear, ya, confianza -plena para los ciudadanos y para los partidos- de que los votos serán libremente emitidos, justamente computados, en juego limpio y equilibrado en elecciones federales. Para ello es imprescindible que el Consejo General sea cabalmente la cabeza política de la institución, y de que el cuerpo burocrático obedezca puntual e inequívocamente las órdenes cerebrales. Estoy cierto de que el Consejo General actuará siempre con prudencia y mesura, con decisión, con energía, teniendo en todo momento a la ley y nunca más que a la ley como argumento.
El nuevo Consejo General deberá dimensionar la autonomía del Instituto y apuntalar su total credibilidad. Los partidos políticos deben estar seguros de que sus voces serán atentamente escuchadas, sus argumentos ponderados, sus opiniones y propuestas calibradas, su visión justipreciada, para que las decisiones del Consejo produzcan siempre equilibrios políticos en el marco de las leyes. Pero no deberán olvidar, y siempre deberán tener presente, que el Consejo General será eficaz guardián de la institucionalidad y de la autonomía del Instituto Federal Electoral.
Mis nuevas responsabilidades de arbitraje electoral me llevan a abrir un paréntesis en este espacio cotidiano de comentario y crítica política, aunque no en la cátedra, mi actividad preponderante hasta el día de hoy. Quiero agradecer públicamente a los directivos de este diario por la reiterada cordialidad de su trato y la permanente hospitalidad de la casa. Después de esta experiencia valiosísima, me temo que más provechosa para quien esto escribe que para los amables lectores, hoy me quito la camiseta -me llega al cuello, me cubre los pies- del periódico Reforma, institución muy querida. Sin embargo, nunca dejaré de sentir que es mi casa. Gracias finalmente, y sobre todo, a los lectores por el favor con que me dispensaron a lo largo de los últimos dos años.